SALUD Y METALES PESADOS

15 de julio del 2019

Los metales pesados en la salud y ecosistemas

Los metales pesados son componentes naturales de la corteza de la tierra. Como elementos de rastro, algunos metales pesados (ejemplo, cobre, selenio, cinc…) son esenciales para mantener el metabolismo del cuerpo humano. Sin embargo, en concentraciones altas pueden conducir al envenenamiento. El envenenamiento por metal pesado podría resultar, por ejemplo, de la contaminación del agua potable (ej. tuberías del plomo), las altas concentraciones en el aire cerca de fuentes de emisión, o a través de la cadena alimenticia.

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Los metales pesados son peligrosos porque tienden a bioacumularse. La bioacumulación significa un aumento en la concentración de un producto químico en un organismo biológico en un cierto plazo, comparada a la concentración del producto químico en el ambiente.

Qué es la contaminación por metales pesados

La actividad industrial y minera arroja al ambiente metales tóxicos como plomo, mercurio, cadmio, arsénico y cromo, muy dañinos para la salud humana y para la mayoría de formas de vida. Además, los metales originados en las fuentes de emisión generadas por el hombre (antropogénicas), incluyendo la combustión de gasolina con plomo, se encuentran en la atmósfera como material suspendido que respiramos. Por otro lado, las aguas residuales no tratadas provenientes de minas y fábricas llegan a los ríos, mientras los residuos industriales contaminan las aguas subterráneas. Cuando se abandonan metales tóxicos en el ambiente, contaminan el suelo y se acumulan en las plantas y los tejidos orgánicos.

La peligrosidad de la contaminación por metales pesados es mayor al no ser química ni biológicamente degradable. Una vez emitidos, pueden permanecer en el ambiente durante cientos de años. Además, su concentración en los seres vivos aumenta a medida que son ingeridos por otros, por lo que la ingesta de plantas o animales contaminados puede provocar síntomas de intoxicación. De hecho, la toxicidad de estos metales ha quedado documentada a lo largo de la historia: los médicos griegos y romanos ya diagnosticaban síntomas de envenenamientos agudos por plomo mucho antes de que la toxicología se convirtiera en ciencia.

Están en todas partes

Hoy estamos entre 500 y 1.000 veces más expuestos a metales pesados que nuestros ancestros. La minería, la fundición de metales, el uso industrial y energético del petróleo y sus derivados, los fertilizantes y pesticidas, entre otras fuentes, producen residuos que contienen metales pesados y que acaban transfiriéndose al ambiente.

Estas partículas se acumulan en la cadena trófica y son trasladadas a lugares alejados del punto de origen de la contaminación, generalmente a través del agua y el aire.

Plomo, mercurio, aluminio… ¿Cómo te contaminas con estos metales pesados?

Son pequeñas partículas que se acumulan en los alimentos, el agua y el aire, amalgamas dentales, intoxicando nuestro organismo y enfermándolo de forma silenciosa.

Estamos en contacto continuo con una gran cantidad de toxinas que pueden resultar peligrosas para nuestra salud.

Por un lado el cuerpo acumula desechos provenientes de una alimentación desequilibrada, las malas digestiones, la falta de ejercicio físico, el tabaco, el alcohol y el estrés. Además, las reacciones metabólicas que se producen de manera habitual en el organismo también generan sustancias, como la urea, la bilirrubina o la homocisteína, que alteran el equilibrio del medio interno.

Por otro lado, a estos procesos encógenos se les añaden una serie de tóxicos externos bien conocidos (gases de los coches, contaminación industrial, fármacos, disolventes, detergentes, cosméticos…) y los metales pesados, de efecto menos conocido. Estos metales tienen un efecto acumulativo en el organismo y son difíciles de eliminar. El sofisticado sistema de limpieza del cuerpo puede verse comprometido por estos metales que compiten con los oligoelementos encargados de múltiples reacciones enzimáticas.

El resultado es la alteración de la síntesis interna de moléculas indispensables para la salud, como hormonas, anticuerpos o neurotransmisores. Aparecen síntomas y alteraciones de las funciones orgánicas que, a la larga, acaban produciendo enfermedades irreversibles.

Daños para la salud

Los metales pesados provocan en el organismo una intoxicación lenta y paulatina, y sus efectos dependen de la tolerancia de nuestro metabolismo, así de nuestra capacidad de quelación (el proceso por el cual los metales pesados se unen a moléculas orgánicas que ayudan a su expulsión a través de orina y heces).

Desde antes de nacer, el bebé ya empieza a acumular metales pesados a través de la placenta de la madre. Y luego las fuentes se multiplican: leche materna, cremas hidratantes, toallitas higiénicas…

Entre sus principales efectos en el organismo destacan el bloqueo de la absorción de minerales esenciales para el metabolismo (zinc, magnesio o selenio); errores en la formación de proteínas; modificación de la capa lipídica de las membranas celulares que incide en la adecuada entrada y salida de nutrientes; y aumento de la oxidación generada por los destructivos radicales libres.

Todo esto se traduce en problemas de salud como retrasos en el desarrollo, varios tipos de cáncer, daños en el riñón, e, incluso, con casos de muerte. La relación con niveles elevados de mercurio, oro y plomo ha estado asociada al desarrollo de la autoinmunidad (el sistema inmunológico ataca a sus propias células tomándolas por invasoras). La autoinmunidad puede derivar en el desarrollo de dolencias en las articulaciones y los riñones tales como la artritis reumática, y en enfermedades de los sistemas circulatorio o nervioso central.

Es difícil establecer un límite de tolerancia para estos tóxicos. Depende tanto de la exposición e ingesta como de la eliminación. También de la genética de cada persona.

Qué cantidad de metales pesados tolera nuestro organismo

La cantidad varía con cada metal en concreto. Aluminio, arsénico, cadmio, mercurio y plomo siempre son tóxicos y deben evitarse. En cambio otros son beneficiosos en pequeñas concentraciones, pero pasan a ser perjudiciales si se excede con ellos. Este es el caso de níquel, cobalto, germanio y cobre.

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